[...] Hablamos de las palabras como significantes, como significados. Su pasado. Su hoy. Las palabras se convierten, entonces, en unidad de sentido, compuestas unas con otras para ser reflejo de una idea, una utopía, el sello que la lengua besa al pronunciarlas. Las vemos en los libros, las escuchamos pronunciadas, las pronunciamos escuchando. En esta casa, amamos las palabras por sobre todas las cosas porque las palabras transforman. No hace falta nada más: decir y escuchar. Cuando hace falta, también callar.
Si digo que las palabras transforman es por su profundidad: significan al mundo mismo. La lengua de los hombres es la de su propia conciencia. Habrá quienes gusten esquivarla, le confieran una alusión distinta, la rebajen o perviertan. Habrá quienes bien la comprendan, la interpreten, la acaricien o la rebalsen con alegría del depósito en que fue vaciada. La lengua de esta casa es la de nuestra propia conciencia. Conciencia libre, llana, simple, trabajadora, incluyente, feliz, transformadora. Es una lengua que, como la bufanda, se va tejiendo con las propias manos. Es lengua-portavoz de un montón de experiencias, maduraciones y para muchos, quimeras del hombre-alma. Es lengua-traducción de un cúmulo de sueños, interpretaciones del mundo o, acaso para unos, fanfarronadas (respetables) del hombre-alma que no silencia su garganta ante lo injusto.
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