"Que duerma bien mi reina"
Mi esposa llora sentada en la orilla de la cama. Estoy inmóvil y pasmado: no se qué hacer: hace poco me atreví a darle un golpe y ella alcanzó a atrapar un mechón de mis cabellos con la mano crispada. Con la otra explotó en mi rostro una bofetada rotunda.
Sé que si ahora me acerco a ella, su irritación hervirá como un ácido liberado: los rencores llenarán las venas de mi cabeza y sentiré arder la cara. Otra vez el cuello rígido. Pero quedarme en silencio escuchando su llanto irregular me hace sentir en el estómago un vacío doloroso. Tiemblo a ratos. No me atrevo a moverme ni a verla, pero ella me lanza su mirada húmeda con su rostro transfigurado por la furia.
[...]
Me acaricio la mejilla golpeada: aún duele. Para no sentir esta inmovilidad ridícula, traigo la escoba y empiezo a juntar los cabellos desparramados que cayeron al piso: el mechón era bastante grueso, mañana tendré que peinarme con mucho cuidado para disimular el hueco. Mientras el pelo me vaya creciendo en esa parte, tendré que hacerlo igual todos los días.
Mi mujer se ha quedado dormida plácidamente. Quién la viera: parece un angelito maya.
Tomado de: Chihuahua Moderno, año VII, Número 58, p.34 (una publicación de Opinion Editores).
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