Bebió jugo del envase. Las letras redondas de la marca le recordaron la ilusión, sentida hacía muy poco, de ir por ahí siendo ella misma. Ahora nada más podía querer quitarse el miedo; y pensar en querer quitarlo, enfadaba al miedo. Volvió a la cama.
Había ocupado buena parte de la noche, matando a golpes el deseo de anular al mundo. Ahora estaba exhausta, y veía en los ruidos de los vecinos, que el mundo seguía tan presente y encima como siempre. La cama deshecha no ayudó: tenía los restos de la noche por todos lados, le producía basca.
Nada ayudó, excepto que de verdad estaba exhausta, y si no podía quedarse dormida, tampoco podía otra cosa.
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