Era un perro de la calle, medio apaleado, muy flaco; le puse mi plato en el piso, esperando que dejara algo para mí, pero obviamente se comió todo; se quedó hasta con el plato. No me cayó en gracia; pero entendí que era un perro con hambre, y además, no iba a comer yo donde el perro había metido su hocico. Era un plato francés de vidrio blanco (esas importaciones geniales que salen muy baratas), pero a quién se le ocurre... tampoco iba a poder servirme a gusto, después, si el perro ya había comido de ahí. Mientras lo pensaba, en la cocina desaparecía el sartén y se derramaba la olla.
No hay que dejar entrar perros de la calle. Hay que darles las sobras, en la banqueta, sobre el suelo: es más de lo que tendrían de la basura.
Por Silvia Parque; licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 2.5 México.
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