Había una vez una campesina bonita, inmigrante. Había también un príncipe, de vacaciones, caminando con sus zapatitos limpios hasta el río de donde todos cogían agua para beber. Ella se enamoró de mirarle, y un día se plantó enfrente de él, mostrando bien abiertos los ojos almendrados herencia de su madre.
Fueron juntos al palacio. Entraron al salón del candil con setecientas velas, y la campesina, acostumbrada a la humilde luz del sol, quedó ciega. Ante la situación, el príncipe decidió quedársela como parte del servicio doméstico.
Estando otra vez de vacaciones, yendo al río, el príncipe recordó los ojos de la ex-campesina ciega, y fue a buscarlos. Los ojos estaban con todo y cara y cuerpo, en una bodega junto a la cocina. Desde entonces, el príncipe se aficionó a trenzar el cabello de la criadita, y solamente dejó de hacerlo en vísperas de irse a a guerra.
En el combate, los buenos enfrentaron perros enormes entrenados como armas vivientes, y cortaron montones de cuerpos de los malos, sin que los mutilados acabaran de morirse. Eran tantos los meses y los muertos en combate, que el príncipe fue en busca del viejo mago de la comarca sombría, y le pidió un conjuro para ganar la guerra.
Hubo que entregarle a la princesa del reino, pero el viejo mago aceptó hacer el conjuro. Cerrado el trato, con los esperados gritos de la princesa, el mago reveló una lisa de requerimientos del ritual para conjurar, entre los cuales figuraban esto, aquello, lo que fuera, y un par de ojos de ardilla.
"¡Calamidad!", gritaron los soldados al enterarse. "¡Esto es una burla!", espetó el rey, haciendo cuentas del partido que hubiera podido sacarle a su hija. Todo el mundo sabía que no era posible encontrar una ardilla en el reino ni en los reinos vecinos. La gran boda real, muchos años antes, había tenido un enorme pastel de hígado de ardilla, y con tantos convidados y tan pequeños higaditos, habían acabado con todos los ejemplares de ardilla en muchísimos kilómetros a la redonda. Pero el príncipe no palideció al sostener la mirada del mago, quien le ordenó mandar traer los ojos guardados en el palacio.
Fue una comitiva por la criada ciega. El príncipe le soltó la trenza y le dijo, cerca del oído, sin bajar ni subir la voz: "harás algo por mi rey, por mi pueblo y por mí".
Así se ganó la guerra. El príncipe desposó a la hija del rey vencido, como alianza entre ambos reinos. Se negoció el rescate de la princesa. La ciega sin ojos quedó al servicio del viejo mago en la comarca sombría, y casi todos fueron medianamente felices.
Por Silvia Parque; licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 2.5 México.
Pues esta vez si que no he entendido nada Silvia, estoy como tú con las canis jeje. Sólo sé que aquí con la pobre ciega el puñetero príncipe ha hecho lo que le ha dado la gana, y parece que la tonta aún esté agradecida
ResponderEliminarSi no hay que interpretarle, Inmagina, se narran los acontecimientos tal como acontecieron. Sí, el príncipe hizo lo que le convino; de ella no se dice que esté agradecida, pero capaz que sí :)
Eliminarhasta ahora este es mi favorito, de donde sabcas tantas cosas tan maravillosas, gracias
ResponderEliminarGracias a ti. Qué gusto que te guste :)
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