Segundas oportunidades con los libros

Hay lecturas para las cuales he requerido buscar continuamente el significado de términos que aparecen, por ejemplo, "La vida inútil de Pito Pérez". Más por el gusto de comprender a cabalidad que por no entender.

Hay otros libros que reconocí no haber entendido, años después de su lectura; algunos en su totalidad, como "El diario de Ana Frank"; otros en aspectos importantes, como "Lolita", de Nabokov. 


Tengo una listita de los que necesité leer varias veces, como "El Capital", de Marx. Una listita menor de los que abandoné porque a la falta de comprensión no le acompañó motivación para mayor esfuerzo; por ejemplo, "Ulises", de Joyce.


En mi relación con un librito muy interesante se juntaron ambas cuestiones: desconocer varios términos y no comprender: combinación fatal. Se trata del "Deleite de la discreción y fácil escuela de la agudeza", de Fernández de Velasco y Pimentel (1707-1771). Hace meses lo inicié y llegó un punto en el que no entendía casi nada. Hoy volví a él y entiendo todo. No encuentro lo que no entendía. Tal vez sea cuestión del momento...

Eugenio D'Ors y los libros

"Del trato que se les da a los libros", por Eugenio D'Ors (1882-1951).

    Ante el libro, reconozco inmediatamente al hombre de cultura. No necesito saber su manera de entenderlo. Ni siquiera su manera de leerlo. Me basta ver su manera de manejarlo.
    Hay ciertos movimiento, casi instintivos, que designan, desde la infancia, a quien será más tare hombre de cultura. Hay, al revés, forma de maltrato a los libros, pronta denunciantes del bárbaro que leerá muy poco, o que los leerá sin provecho.
    Vean ustedes ese desatentado que ha abierto el tierno volumen por la mitad, empuñando a puño pleno cada una de las dos porciones. Ahora lo deja y ha plegado una de éstas para dejar señal y recordar luego donde ha quedado. Bien, pues yo os digo que las páginas que ha ineptamente manejado ese grosero, no las llegará a entender. 
    Quien las entenderá y gozará es ese otro, este enamorado que, sin darse cuenta, ha acompañado ahora con una ligera caricia de los dedos la apoyada, atenta caricia del mirar.
    Jamás entrará, estad seguros en ello, en los mejores palacios del conocimiento, quien no conozca y adivine esta verdad profunda: los libros no son objetos inertes, sino seres animados.
    Merecen la consideración, el respeto y, por decirlo así, la fraternidad que merecen los más destacados, lo más sensibles y también los más indicativos entre  los vivientes.

Antologado en "El galeno arte de leer", volumen 1.