Si dijéramos que tienes el peor carácter del mundo, no sería objetivamente cierto; pero no cabe duda de que tienes un carácter que da para decir, más que de vez en cuando, que tienes el peor carácter del mundo. No obstante, sin buscarle mucho, con naturalidad, saltan como ranas tus encantos; así que dejo en paz a tu malestar; espero tu regreso y reconozco mi amor en esta pequeña distancia abierta en medio de nuestras alegrías.
Mira: sonrío otra vez. ¡Te quiero tanto!, quiero de amor, de gusto, de quitar lo que haya en medio. Nos queremos con lo que hay de calma –poca- y lo que hay de ganas –muchas-. Volteo y encuentro tus cosas, tu sonrisa, mi vida, nuestro asunto mejor que todos. Mi vida.
Le abro paso a tu camino sobre mi estrago. Se está bien. ¿Podré quedarme?
Unas cuatro historias explicarían por qué no contestas el teléfono; la mitad son malas y una es letal. Pero no voy a cercenar tus testículos; nada más me pongo nerviosita. En realidad, te dejo libre: somos libres. Fundamentalmente creo en ti; además, te creo. Luego dudo; imagino historias porque son posibles, me fastidio; pero te quiero...
“Como alguien que, en camino solitario,
Camina con miedo y horror,
Y, habiéndose vuelto una vez, sigue su rumbo,
Sin volver una vez la cabeza;
Porque sabe que un terrible demonio
Le sigue los pasos de cerca.”
Del capítulo 5 de "Frankenstein", de Mary W. Shelley.
Yo me encargo de resarcir, de curar, en lo que voy dándote lo que quieres; acepto que no habrá indulgencia y que vas dándome lo que puedes ir queriendo. Solamente, por favor, sé cordial; trátame como harías si fuera una conocida y coincidiéramos en un viaje. Hazlo como estrategia: si sigues castigando y me quiebro, no voy a tenerme en pie cuando descubras que esto valía la pena... por si así fuera. Déjame estar y así me encuentras cuando te acuerdes.
"Eres como un perro que agarra un hueso y no lo suelta", decías. Creo que tú eras el hueso. Ahora detengo la retahíla de palabras que hacía de zarpazo, pero las ideas se quedan dando vueltas en mi cabeza. Me canso. Es suficiente. No quiero seguir pensando.
Cuando ya se sabe, no hay más que preguntar, aclarar o pedir. Si tampoco hay más que pensar, entonces: adelante o a cerrar los ojos; para atrás, aunque una quiera: imposible. No puede ser como haya sido antes de que supieras.
Esto se trata de compartir la suerte. Lo que haya para comer: mitad y mitad. Los muertos, los cargamos juntos. El futuro, que vaya viniendo cuando quiera. A ver qué hacemos con lo que estorba. A ver qué pasa.
Tuvo esa inquietud nocturna de anular a golpes el deseo de matar que le recorría el abdomen. Se escondió mal, pero pasó la noche y amaneció con esa sonrisa interior con la que lo peor de ella se burlaba de sí misma. Bebió jugo del envase. Las letras redondas de la marca le recordaron la ilusión, sentida hacía muy poco, de ir por ahí siendo ella misma. Ahora nada más podía querer quitarse el miedo; y pensar en querer quitarlo, enfadaba al miedo. Volvió a la cama. Había ocupado buena parte de la noche, matando a golpes el deseo de anular al mundo. Ahora estaba exhausta, y veía en los ruidos de los vecinos, que el mundo seguía tan presente y encima como siempre. La cama deshecha no ayudó: tenía los restos de la noche por todos lados, le producía basca. Nada ayudó, excepto que de verdad estaba exhausta, y si no podía quedarse dormida, tampoco podía otra cosa.
De las personas, me gustan las palabras. Me gustan las palabras. Me gusta hacer conciertos en casa. He sido instrumento musical. Me gusta el efecto de quitarme la ropa. He estado desnuda bajo la lluvia. Cuando odié, me gustó fantasear con terribles cosas para hacerle sufrir. Cuando era niña, me gustaba echarme a imaginar historias. Todavía me gusta.
El miedo manda secuaces a abrirle la puerta; echa mano de lo que hay alrededor, llena las ranuras de todo con angustia. Preparo café mientras los huesos se convencen de seguir sosteniendo la carne que tanto quiere echarse a dejar pasar el año.
Te pregunté algo, pregunté algo sobre la respuesta, alegué algo sobre la segunda respuesta. Claro que no es agradable, pero todos tenemos defectos: este es el mío.
Descansa. Ando por aquí. Ojalá pronto puedas quererme. Porque insistí, renegué; pero después me arrodillé a buscar tu cara y chupar tus dedos…
Cubrimos nuestros secretos con ternura que duele, y dejamos de vivir como si estuviéramos fuera del mundo; pero todavía nos echamos encima del otro, y nos reímos de todos y de nosotros entre ellos, en su mundo.
- No es que yo tenga algo contra la casa -dijo la mamá-, es que no puedes seguir negando que la casa tiene algo contra nosotros. - No exageres -dijo el papá- todas las casas tardan un rato antes de adaptarse a sus inquilinos. - ¡No somos sus inquilinos! Somos los dueños de la casa. - Bueno, lo que sea; para la casa es como si fuéramos inquilinos. No exageres. - No exagero. Ya nada más nos quedan dos hijos, Plutarco, ¿te parece poco? - Es lo que yo digo: dos hijos no son pocos; además, ya no tienen que compartir la recámara, pueden quedarse cada uno con la suya.
A veces ocurre, que una luciérnaga ama a una oruga. También ocurre que hay luciérnagas muy listas. También pasa que hay mucho amor.
verdades que asoman: Mundos distintos: Una luciérnaga le dijo a una oruga: "Si quieres te alumbro las alas, para que salgan". La oruga le contestó a la lucié...
Me escondí toda, inmóvil. Demasiado tentada por las delicias del mundo, resolví salir del escondite, pero tapé lo que pudiera reconocerse de mí. Cumplí treinta años con miedo ramificado en ansiedad y preocupación, disfrazado de imposibilidad. Perdí lo que había escondido; traté de recuperarlo. Voy moviéndome, despacio.
Me gusta llegar a la casa y encontrar tu nota. Me gusta que empiece y termine cariñosamente, y que incluya alguna instrucción: “comes”, “cierras bien la puerta”.
Me gusta que las despedidas y los saludos incluyan un beso, y también que lo más importante de ir, sea regresar, y lo más importante de regresar, sea encontrarnos.
Me gusta hablarte de lo mío y escuchar lo tuyo. Me gusta que formemos nuestro mundo. Me gustan –cuantísimo- las ideas en lo que hablas, y cómo encuentras mis ideas en lo que digo.
Elegimos comprar vendas de colores para taparnos los ojos mientras el dolor de nuestras faltas iba haciendo metástasis fuera de nuestros cuerpos, en la habitación y en la cocina. Cuando todo se llenó de morbo, nos sometimos a una cantidad infame de tratamientos, y nos desahuciamos. Creo que alguna vez tratamos de descansar.
Una tarde limpiamos nuestras manos y caras; miramos a donde no estaban los ojos del otro, y vivimos nuestros duelos, yopor mi alegría y mis niños inexistentes, él por sus posibilidades.
Se enreden, obstaculicen o desaparezcan los caminos, estar vale la pena. Cotidianamente juntos. Para comer, para dormir, para nada en particular y para cada cosa.
Cuando duermes, se te ve una expresión que recuerda al niño de la foto que nos dio tu madre; recuerdas también lo que haya pasado un rato antes, dan ganas de besarte y dan otras ganas. Te cubro, y me propongo dejarte dormir.